La luz incidía sobre el cristal del espejo que decoraba su
habitación, jugando con luces y sombras, su imagen quedaba reflejada sobre el
impoluto vidrio, mostrando una silueta alimentada por la seguridad y la ambición
de derrotar su mundo.
Cerrando la puerta de su casa, miraba aquellos que dejaban
su fragancia a su paso, observaba un amplio mundo lleno de prisas, las dudas e inseguridades volvían a nacer, destronando así al hombre que había quedado atrapado en aquel espejo.
Tomando la autopista y desnudando sus miedos se embarcó en
el naufragio de un cansado existir que
navegaba en botella vacía hacia los confines de lo desconocido. Avanzaba
lentamente entre la multitud de conductores de ardientes enfados a la vez que
fantaseaba en cómo sería su vida si realmente fuera la persona que quedó
atrapada tras el cristal de su habitación, ¿quién soy yo? Se preguntaba, ¿por qué mi ímpetu
queda encerrado tras mi visión?
No era feliz, o eso creía, nunca realizó las preguntas
correctas, nunca paró a pensar en el significado de la meta felicidad, su mente
agrietaba la paz de los cementerios con los guerreros muertos de las utopías, ¿qué
era su vida?, ocho horas de trabajo necesarias para sobrevivir, una familia de
la que ocuparse tras llegar a casa, un baño y una cama vestida de mujer que lo esperaba para soñar abrazados, esa era su vida, ¿qué fallaba? ¿qué quería?
Mientras esperaba que el sueño rescatara su mente, pensaba
en horizontes a los que llegar, metas personales, libre para caer muerto en
donde quisiera, buscar y andar sobre los caminos que nadie se atrevió a cruzar,
pero… todo ello eran palabras, sueños de ciencia ficción disfrazados por
cansancios de una vida carente de realismo, ni el mismo sabía en que objetivos
físicos o realistas cumplir aquello que no sabía pero añoraba.
Así pasaron los días, meses y años, aquel ser que deseaba
ser quedaba atrapado en el reflejo del espejo, su otro ser movido por los
mecanismos de la rutina buscaba respuesta o exculpación al malestar del inconformismo,
nada es perfecto, pero, ¿sabéis que pensaba cada día aquel hombre lleno de
seguridad y con gran sonrisa que quedaba enjaulado en las fauces del espejo?, algo
simple, ojalá tuviera la vida y las oportunidades de aquel que añora ser yo.
Puede que enfrascados en la meta de la felicidad ignoremos
que esta no existe, que la felicidad en nuestra mente se viste de todo aquello que
no tenemos, de los alientos de vida que imaginamos que pueden existir,
desterrando de este modo todas aquellas vidas, momentos y posibilidades que
tenemos en nuestras manos de no solo hacernos feliz, sino de no necesitar la
palabra felicidad.
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