lunes, 19 de agosto de 2013

Letras en la arena

Cada atardecer dejaba sus dedos caer sobre las tibias arenas de aquel lugar, en ellas, dejaba dibujado un mensaje a quién encontrara y quisiera leer. Día a día sucedía lo mismo, sin mensaje ni respuesta en la arena hallaba, aún así, volvía a trazar las líneas que conformaban aquellas ocultas palabras entre los granos de aquella inmensa playa, para que el mar las envolviera entre sus aguas mientras las miraba como quién no saber leer.

Un día, el mar envuelto en la curiosidad que pintaba aquellos trazos, preguntó por el contenido de esas letras, sentándose en la arena, contempló las agitadas aguas sedientas de respuestas, .-Cada día escribo para no olvidar.-, respondió, sin embargo, el mar seguía sin entender y quiso saber aquello que no quería olvidar, .-Lo que soy, cada ser va más allá de lo que unos simples ojos pueden ver, pero lo olvido y me transformo en el alma triste de quién no logro ser, cada día vengo a esta playa y escribo todo aquello de lo que me siento orgulloso y me hacer ser quién soy. Porque como el mar borra las huellas de mis palabras yo borro de mi quién soy para intentar ser quién no soy.- 

El tren y la estación

Un día cualquiera, sin saber como ni cuando, las ruedas de aquel pequeño y delicado tren comenzaron a rodar, en su interior se encontraba un grupo numeroso de personas, apariencias similares y distintas, un grupo de mundos ajenos descansando sus cuerpos en los viejos asientos.

Entre la multitud, se encontraba una persona, una más, alguien como tu, que lees estas líneas, miraba esperanzadamente el verde paisaje que el gran ventanal le enseñaba. Su boca marcaba un gesto en forma de sonrisa acariciada por el claro manantial de la imaginación, soñaba a la vez que añoraba su destino, un lugar sin sitio ni forma, un mundo nacido y encontrado en la mente ardiente de quién espera llegar a un no se donde ni porque.

A medida que el tiempo pasaba, el tren abandonaba las distintas estaciones a la par que sus ocupantes dejaban en sus asientos el simple recuerdo de unos cuerpos, aún así, ahí estaba, aún continuaba aquella persona, continuaba mirando y mirando el ventanal, observaba como quedaba atrás cada nueva parada, poco a poco se quedaba solo como los brazos abiertos abrazan el atardecer. A medida que la gente bajaba, miraba el lugar que lo rodeaba buscando la estrella fugaz que cambiara el ritmo de su corazón y poder así bajar de aquel tren, pero no, las señales no llegaron mientras que el tiempo pasaba, como toda travesía, el final llegó, una parada lúgubre y sin camino de vuelta, aquí, bajó y matando la sed del fracaso con las lágrimas del anochecer entendió que no hay señales de llegada, ni destino escrito en los carteles que cubren cada estación de la vida, tan solo existe el bajar del tren de la imaginación y vivir en el riesgo de equivocarse, pues poco importa el inicio o final del recorrido más que lo que ocurre en medio de ambos puntos.

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