El
oscuro asfalto vestía de un manto tenebroso unas líneas que prometían el
destino hacia un lugar desconocido pero ansiado, lleno de melodiosas promesas
creadas en la imaginación de aquel que sueña con acariciar los trazos de las
estrellas.
Día a
día, caminaba sobre el negro desierto vestido de carretera sin el desasosiego
de perderse, ¿de qué preocuparse? Tan solo debo seguir el camino marcado,
pensaba felizmente mientras mil soles y mil lunes saludaban a los pasos que
quedaban atrás sin vestigio de existencia.
En su
mente descansaban miles de interrogantes sobre aquella carretera, ¿cómo será su
final?, ¿qué me encontraré?, como decía, muchas preguntas, cero respuestas,
muchos sueños y no hacerse la pregunta adecuada, ¿hacia dónde quiero ir?
Debía
de ser otoño, pues las hojas amarillas devoraban el frío asfalto mientras su
pies lloraban de cansancio cuando en un instante, al mirar el frente, creyó ver
un espejismo, se frotó los ojos, pero esa imagen seguía ahí, fija e inamovible,
no se evaporaba como las pesadillas que gritaban sus miedos ocultos cada vez
que la luna reinaba a las estrellas. Ante su presencia la carretera mostraba
una bifurcación, dos caminos que podía tomar, izquierda o derecha, su cabeza
haciendo bruscos movimientos buscaba desesperadamente un cartel que indicara claramente
qué camino tomar…. Pero no encontró ninguno, ante si, una carretera con dos
caminos hacia lo desconocido, ¿hacia dónde debo ir?...se preguntó… otra
pregunta equivocada… ¿qué camino tomó?,
la respuesta quizás no importa tanto sino volvió a plantear la pregunta
adecuada, ¿hacia dónde quiero ir?