Nuestras miradas penetran la dócil armadura revestida por
los brillantes diamantes de los sueños que fingimos no haber oído, anidados
entre las blancas sábanas disfrazadas
por las sendas sedas del vuelo eterno de las plumas nacidas en los sueños tan nuestros
de futuros unidos entre el tiempo de la vida, promovidos por todas aquellas
canciones que hicimos nuestras, recordaremos como aquellas hojas secas pasearon
a nuestros lado por aquellas calles que vislumbraron la historia de las ardientes
cenizas que el viento intentando apagar convirtió en la ferviente llama que
buscamos sin encontrar.
Nuestras huellas en las arenas de la playa las cubrió la mar
olvidando que el pasado camina inexorablemente al olvido, removiendo en mis
recuerdos aquel beso, no el primero ni el último, sino de aquel corto beso, que
duró más que el silencio, más después de dártelo el tiempo no lo quise para
para nada más que detenerlo en tu beso, pues mis labios dejaron de besar la
carne de esos rojos y densos labios para besarte a ti.
Mirándonos en el azul del cielo desterramos los bocetos de las
negras sombras que ciernen sobre nuestros presentes imperfectos las tormentas de
cenizas que nos bañan en las falsas dudas de los fantasmas de las sombras de
los malos presagios para construir los cimientos de tantas cosas por hacer y
vivir juntos.
Un día la dulce brisa de Noviembre llevó a mis manos el mapa
que lleva al tesoro luminoso de mi vida que vestía el nombre de la mujer que
robó las melodías que empañaban los cristales de los días sin llegar, para
plantar en cada despertar un nuevo anochecer, anudados en las miradas de los
deseos de un nuevo amanecer.
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