Me encontraba en un largo pasillo, un lugar donde tantos
cuadros adornaban sus paredes, mis pies avanzaron a la vez que mi mirada
ojeaban todas aquellas pinturas, el pasillo era largo, y las horas no tardaron
en llegar en forma de oscuridad externa, la tenue luz de aquel lugar acariciaba
cada lienzo, mis pies continuaron avanzado hasta que mi mirada obligo a parar
mi cuerpo secamente, me encontraba ante un cuadro que llamó poderosamente mi
atención, ante mi, descansaba un retrato femenino, un bonito rostro de mujer delineado
por una cálida sonrisa, un rostro embellecido
por dos suaves lunares, uno bajo sus labios y otro cercano a su mejilla, protegida por
una oscura melena que caía plácidamente sobre sus hombros, una visión impecable. Era hora de salir de
aquel museo, así pues, salí del lugar.
Sin saber el motivo, en mi mayor intimidad, la imagen de
aquel cuadro llegaba una y otra vez a mi mente, de este modo, día a día, iba a
visitarlo, pasaba horas navegando y disfrutando de aquel completo espectáculo.
De una forma u otra, deseaba que esa pintura tomara vida, saliera de su cárcel
de oleo para ponerse a mi lado y descubrir los misterios que ocultaba aquel
rostro, indagar, profundizar y ahondar si los trazos que dibujaban aquella
mujer ocultaba una personalidad tan fascinante como la que mostró su autor al
retratarla, un imposible, o eso pensaba…
Un día más, observaba aquel retrato, pero esta vez no estaba
solo, a mi lado se encontraba una mujer, mirándola con curiosidad la reconocí,
era ella, ante mi se encontraba aquella pintura convertida en carne y hueso,
sin pensarlo, le pregunté sobre su retrato, ella me miró y explicó lo que ya
sabía, un simple retrato que recogió su rostro. Un tema llevó a otro, y así
continuamente, de modo que descubría poco a poco todo aquello que ese ser arrastraba a su
espalda.
Nuestras charlas aumentaban a diario, observaba como su
mirada relataba un cercano adiós ante mis fallidos intentos de interesarla, las
batallas perdidas abrazadas a las ganadas me hicieron descubrir más y más todo
aquello que esa persona guardaba, sorprendido y grato encontré que aquel
retrato que un día me encandiló no solo se trataba de un visión externa sino
también interna, me reveló como una simple persona con tantas lágrimas
amarradas y ancladas en sus ojos desde su más tierna infancia miró al futuro
con miedos guardados bajos mares profundos y avanzó por la vida mostrando su
blanca sonrisa ante cada dificultad, luchadora incansable de vida bajo
tristezas y miedos al mañana, arrastrando abandonos, el amor fue convertido en
olvido, el otoño le fue prohibido a través de duras fronteras personales protectoras,
aun así, nunca dejó que sus más tristes pensamientos hundieran en pena aquellos
seres que más quería.
Los días continuaron su ritmo, día a día continuaba
disfrutando de aquella compañía, de charlas y de miedos, en forma de relámpago
cayó sobre mi la certeza de lo que era aquella mujer, lo que su rostro
mostraba, ella era una aprendiz positiva, una persona que tomó de la mano todo
aquello que le causó dolor, pena y lágrimas para aplicarlo a su vida
positivamente, para no rendirse nunca, para buscar su hueco dentro de la
palabra felicidad rodeado de lo más importante de su vida, aquellos seres con
prefijo de familia que era su más preciado tesoro, jamás desistió de batallar
contra molinos de vientos por encontrar el hueco que todo ser ansía alcanzar,
no se rindió jamás a la depresión del destino, nunca imaginó un mañana tintado
con el color negro de la desolación, dibujando y creando en el infinito nuevas
constelaciones para no extraviarse en la noche y encontrar el camino que le
acerque al mañana para poder hacerse las preguntas que le exigen estar aún viva.
A día de hoy, continúo visitando aquel retrato, pero ya no
necesito marchar hacia aquel museo porque su imagen está en mi mente, cuando no la recuerdo, la extraño y voy hacia
aquel museo para verla una vez más, para ver como su mirada cambia a cada
visita, una mirada que mezcla el miedo con breves tintes de ilusión oculta,
ahora soy yo quién tiene un lienzo blanco en mis manos, una futura pintura sobre
la cual siento el resultado final, equivocado o no, continuaré pintando y pintando
este cuadro que llamaré un mañana.
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