¿Qué será de mi?, una simple pregunta que lleva a tres
senderos. Senderos situados en dos extremos y el restante en el centro, siendo
estos; sendero de la amargura, sendero
de la incertidumbre y sendero de la felicidad. Siguiendo una simple lógica,
deducimos que todos quieren recorrer de principio a fin el ya nombrado sendero
de la felicidad, pero… como todo, primero hay que recorrer tortuosos caminos
para quizás y solo quizás llegar al codiciado fin.
La pregunta con la que inicio la entrada es probablemente la
pregunta más sonada y temida del ser humano, para intentar buscar el por qué
nos formulamos esta pregunta haré tres divisiones:
-Metas definidas
(sendero de la felicidad): Aquí agruparé aquellas personas que tienen en
mente un objetivo fin. Los sueños son sueños, son niños disfrazados con
piruletas de colores, pero cuando estas piruletas o sueños se convierten en una
realidad posible y factible, el soñador se despierta, apunta al destino y lo
desafía a un duelo a muerte. Sobre este punto llamado metas definidas, conocido
como sendero de la felicidad, es muy pero que muy importante no asimilarlo al
concepto de felicidad, pues aquí, la felicidad es un fin al que llegamos a
través de un oxidado medio de transporte, donde en tu billete y en letra bien
pequeña dice: “No aseguramos llegada a destino”. Durante el viaje, es posible
que tu transporte se pare en mitad de la nada y te preguntes, ¿qué será de mi?,
si tu respuesta es una fuerza de voluntad que no contempla la rendición como opción,
tus pies se moverán por inercia, encontrando baches y baches, donde tendrás que
tomar decisiones tan importantes como decisivas, si logras superar el largo y
arduo trayecto, acariciando tu objetivo final y meta, podemos decir que has
seguido el sendero de la felicidad.
-¿Dónde estoy?
(sendero de la incertidumbre): Las miradas miran al norte, ante nuestros
ojos se vislumbran paisajes disfrazados de falsa “deidad”, pero, como todo lo
bello no natural tiene un triste final… este caso no es la excepción. En este grupo metemos a las personas que no
tienen un objetivo final definido, su vida, sus metas son interrogantes, símbolos de interrogación tan
oscuros que no logran ver, pero a la vez tan grandes que sus sombras no dejan
de seguirlos. Este temible grupo está dominado por los sueños, este mortal
enemigo devora la realidad transformándola en una imagen perfecta. Este peligro
hace que la vida de los sujetos sea un más volando que viviendo, creando
repentinas frustraciones vestidas en carteles informativos indicando; “Tu objetivo no es sencillo, lleva un trabajo
y constancia”. Con este mensaje en la retina del lector, nace un miedo,
pero, ¿miedo a qué?, no he de negar que el miedo aparece y aplasta metas no
reales o de poca credibilidad, pero, ¿qué ocurre con metas factibles? ¿De dónde
viene ese miedo?, para responder esta pregunta debemos ponernos el traje de
buzo y navegar en nuestro interior hasta encontrar el ancla del miedo y
romperla. Romper este ancla es muy difícil, pues ancla el miedo llamado; “No creer en nosotros mismos” y “¿Tengo la capacidad necesaria para llegar a
este objetivo?, obteniendo una respuesta negativa”. Estas afirmaciones de
imposibilidad nacen y reproducen cuando, de camino hacia el fin idílico nos encontramos con
una primera dificultad, un problema que no podemos atravesar con un simple salto,
sino que debemos ejecutar un trabajo tal, que debe ser tratado como otro
objetivo fin. Cuando vemos que no logramos superar una de estas barreras, abandonamos bajo la sombre de una excusa y preguntamos; ¿Qué será de mi?
-Mi triste final
(sendero de la amargura): Este sendero parte siempre de un objetivo final,
pero, cuando paso a paso nos acercamos a
este, dicha meta se diluye tal como una pequeña cucharilla de azúcar en el más
grande y profundo océano o como una chica desparece tras estar diez segundos a mi lado, ¿debo cambiar de
desodorante? Este sendero puede ser confundido con el de la incertidumbre, pero
se diferencia en algo, ese algo es que los objetivos son realistas, no existiendo el
ancla de la no creencia en uno mismo. A pesar de tener estos dos puntos a nuestro
favor, por motivos ajenos a la persona, se encuentra con obstáculos no
salvables independientes a ellos, obstáculos tales, que hacen salir a la
persona de su senda, creando una amargura interna, pues bien es sabido por esta
persona que tiene el valor y los medios para llegar, pero… el destino sella su
camino a base de cemento fresco. Cuando se da este punto, la pena y melancolía
no tarda en atacar a la persona, sintiéndose que el fin llegó a su vida, pues
tenía el viento a su favor… pero un buen día, este dejó de soplar.
Muchos diréis, ¿y este tema que tiene que ver con una
máquina del tiempo?, pues todo y nada. Como nada, pues obviamente es algo no
visual, es una reflexión personal, y como todo, tiene que en mi más firme
creencia, creo que estos tres senderos se han legado generación tras generación,
pues aunque el ser humano evolucione en sociedad y tecnología hay algo
que no cambia, lo humano.
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