miércoles, 6 de junio de 2012

¿Qué será de mi?


¿Qué será de mi?, una simple pregunta que lleva a tres senderos. Senderos situados en dos extremos y el restante en el centro, siendo estos;  sendero de la amargura, sendero de la incertidumbre y sendero de la felicidad. Siguiendo una simple lógica, deducimos que todos quieren recorrer de principio a fin el ya nombrado sendero de la felicidad, pero… como todo, primero hay que recorrer tortuosos caminos para quizás y solo quizás llegar al codiciado fin.



La pregunta con la que inicio la entrada es probablemente la pregunta más sonada y temida del ser humano, para intentar buscar el por qué nos formulamos esta pregunta haré tres divisiones:

-Metas definidas (sendero de la felicidad): Aquí agruparé aquellas personas que tienen en mente un objetivo fin. Los sueños son sueños, son niños disfrazados con piruletas de colores, pero cuando estas piruletas o sueños se convierten en una realidad posible y factible, el soñador se despierta, apunta al destino y lo desafía a un duelo a muerte. Sobre este punto llamado metas definidas, conocido como sendero de la felicidad, es muy pero que muy importante no asimilarlo al concepto de felicidad, pues aquí, la felicidad es un fin al que llegamos a través de un oxidado medio de transporte, donde en tu billete y en letra bien pequeña dice: “No aseguramos llegada a destino”. Durante el viaje, es posible que tu transporte se pare en mitad de la nada y te preguntes, ¿qué será de mi?, si tu respuesta es una fuerza de voluntad que no contempla la rendición como opción, tus pies se moverán por inercia, encontrando baches y baches, donde tendrás que tomar decisiones tan importantes como decisivas, si logras superar el largo y arduo trayecto, acariciando tu objetivo final y meta, podemos decir que has seguido el sendero de la felicidad.

-¿Dónde estoy? (sendero de la incertidumbre): Las miradas miran al norte, ante nuestros ojos se vislumbran paisajes disfrazados de falsa “deidad”, pero, como todo lo bello no natural tiene un triste final… este caso no es la excepción.  En este grupo metemos a las personas que no tienen un objetivo final definido, su vida, sus metas son interrogantes, símbolos de interrogación tan oscuros que no logran ver, pero a la vez tan grandes que sus sombras no dejan de seguirlos. Este temible grupo está dominado por los sueños, este mortal enemigo devora la realidad transformándola en una imagen perfecta. Este peligro hace que la vida de los sujetos sea un más volando que viviendo, creando repentinas frustraciones vestidas en carteles informativos indicando; “Tu objetivo no es sencillo, lleva un trabajo y constancia”. Con este mensaje en la retina del lector, nace un miedo, pero, ¿miedo a qué?, no he de negar que el miedo aparece y aplasta metas no reales o de poca credibilidad, pero, ¿qué ocurre con metas factibles? ¿De dónde viene ese miedo?, para responder esta pregunta debemos ponernos el traje de buzo y navegar en nuestro interior hasta encontrar el ancla del miedo y romperla. Romper este ancla es muy difícil, pues ancla el miedo llamado; “No creer en nosotros mismos” y “¿Tengo la capacidad necesaria para llegar a este objetivo?, obteniendo una respuesta negativa”. Estas afirmaciones de imposibilidad nacen y reproducen cuando, de camino hacia el fin idílico nos encontramos con una primera dificultad, un problema que no podemos atravesar con un simple salto, sino que debemos ejecutar un trabajo tal, que debe ser tratado como otro objetivo fin. Cuando vemos que no logramos superar una de estas barreras, abandonamos bajo la sombre de una excusa y preguntamos; ¿Qué será de mi?

-Mi triste final (sendero de la amargura): Este sendero parte siempre de un objetivo final, pero, cuando paso a paso nos acercamos a este, dicha meta se diluye tal como una pequeña cucharilla de azúcar en el más grande y profundo océano o como una chica desparece tras estar  diez segundos a mi lado, ¿debo cambiar de desodorante? Este sendero puede ser confundido con el de la incertidumbre, pero se diferencia en algo, ese algo es que los objetivos son realistas, no existiendo el ancla de la no creencia en uno mismo. A pesar de tener estos dos puntos a nuestro favor, por motivos ajenos a la persona, se encuentra con obstáculos no salvables independientes a ellos, obstáculos tales, que hacen salir a la persona de su senda, creando una amargura interna, pues bien es sabido por esta persona que tiene el valor y los medios para llegar, pero… el destino sella su camino a base de cemento fresco. Cuando se da este punto, la pena y melancolía no tarda en atacar a la persona, sintiéndose que el fin llegó a su vida, pues tenía el viento a su favor… pero un buen día, este dejó de soplar.

Muchos diréis, ¿y este tema que tiene que ver con una máquina del tiempo?, pues todo y nada. Como nada, pues obviamente es algo no visual, es una reflexión personal, y como todo, tiene que en mi más firme creencia, creo que estos tres senderos se han legado generación tras generación, pues aunque el ser humano evolucione en sociedad y tecnología hay algo que no cambia, lo humano.

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