Un día cualquiera, mis pies me llevaron a la puerta de mi
casa, un nuevo día se desplegaba ante mi dormida mirada, imaginando un cielo
azul, elevo mi cabeza hacia el más infinito paisaje, ¿dónde estaba lo azul que había leído en
tantos cuentos antiguos?, decepcionado y realista, contemplaba un día más, un
cielo tintado del gris pintado por aquellas industriales chimeneas que un día
sustituyeron a lo que los cuentos llamaban árboles.
Las contaminadas gentes caminaban por las sucias aceras
hablando y hablando de dinero, poder, de sueños cubiertos de mansiones y
lujosos coches, los niños cambiaron los balones y bicicletas por aparatos
electrónicos cuya misión era mostrarles aquello que un buen Dios cedió a la
Tierra, es decir, bosques, ríos, animales, mares sin el aroma del petróleo,
acompañado del idílico sueño de un mundo de verdes praderas acompañada por el canto
de aquello que una vez el diccionario llamó animales en libertad. Aquellos
pequeños niños en los que su edad marcaban unos primeros doce años, dejaron en
el olvido el sentimiento de amistad, de un primer beso robado o la simpleza de
disfrutar de una primera película en el cine con sus amigos, eso es cosa de
niños, pensaban, la adolescencia la cambiaron por ser adultos encubierto
mientras buscaban mecheros para encender su séptimo cigarrillo del día o
acorralaban a ese otro rarito al unísono de golpes y burlas, demostrando así la
hombría que gustaba tanto aquella chica que ansiaba la cama de un macho alfa.
Los años dibujaban débiles arrugas en los rostros de
aquellos otros que navegaban firme y rectamente a las cuarentas mareas de una
vida, mentes estancadas en el lago de una adolescencia eterna, ¿amor?, ¿crear
familia?, ¿cuidar lo que la vida me brindó?, irónicas preguntas acompañadas de
irrisorias respuestas, pues las arrugas de su piel no marcaban el paso de los
años, no, marcaban la juventud eterna, adolescentes ardientes de demostrar una
inexistente valía buscaban y buscaban otros débiles gallos de pelea para
ganarse las camas de sedientas damas exploradoras del elemento alfa. Mi camino
continuaba mientras me asaltaba una duda, ¿nos diferenciamos tantos de los
animales o el ser humano está sufriendo un retraso evolutivo?
Sentado frente a un frío televisor, mil imágenes de
telediarios mostraban una verdad disfrazada por el verde manipulador del
dinero, escondiendo políticos sin escrúpulos disfrutando de lujos universales a
consta de unos millones de ciudadanos que pagaban un alto precio por cada
bocanada de aire que sus pulmones robaba al mundo, escondiendo el maltrato de
la dictadura de unos cuantos frente a la vida de unos números llamadas
personas. Aún así, las imágenes que mostraba aquel gigante televisor me dejaban
con los pelos de punta, las balas habían sustituido aquellos seres que mis
padres llamaban pájaros, las ciudades seguían derrumbándose a la voz de
humeantes explosiones, seres humanos muriendo a manos de las armas del egoísmo,
la maldad y el hambre, nuevas y viejas enfermedades asesinaban en gigantescas
listas de esperas a los ciudadanos de a pie, a la vez que los de gran poder se
curaban milagrosamente en días. Los animales se extinguían a ritmo de tambores
junto a los bosques que un día rebosaron vida, la naturaleza moría, aunque en las
noticias nos mostraban como grandes compañías la recordaban dibujando manzanas
en sus electrónicos aparatos. Luchas por balones de oros sustituyeron las
luchas de igualdad en cualquier tertulia, ¿qué estamos haciendo con el mundo?,
preguntaba mi maltrecha mente.
¿Cuántas personas lucharon en el pasado por brindar un
futuro mejor?, miles, mil vidas cayeron en combate, mil palos y piedras fueron
recibidas por el nombre de la igualdad entre hombres y la paz, batallas
diarias contra la destrucción de la naturaleza, historias de puño en alza, de
barricadas sobre adoquines, de ríos de sangre tintando las paredes del futuro,
pero, ¿valió la pena su lucha? Lucharon por unos ideales, pero miremos este
presente, las batallas ganadas han sido regaladas a los perdedores del pasado,
los fusiles apuntan a quién nombra la verdad, las calles se han transformado en
junglas plagadas de rateros de vidas por mera diversión, mentes nubladas por el
último grito de componentes electrónicos, ¿pasado o presente?, ¿dónde quedaron
los cojones que tenían nuestros antepasados?
De vuelta a casa, mi cabeza trabajaba en dos preguntas, ¿esperanza?
¿existe para esta raza que denominamos humanos? No encontraba respuesta, sin
embargo, mis ojos divisaron como un tierno adolescente recogía a un pequeño
perrito en sus brazos mientras lo cuidaba y le daba algo que los cuentos de un
pasado llamaron amor, unos padres disfrutaban de la niñez de un hijo, una
pareja hablaba de amor mientras sus manos se anudaban en el olvido del tiempo, sus
palabras nombraban un futuro en común reinado por el amor. No se cual será el
mañana, pero aún tengo esperanza de que el hombre despierte del letargo en el
que duerme.
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