Añorar, una simple palabra, una sin más, pero oculta un
mensaje, guarda entre sus letras la precariedad de un presente, de un momento,
definitivamente, una de las palabras más crueles que viste el diccionario de
las palabras.
Los álbumes de fotos decoran la mente de una vida
cualquiera, imágenes, momentos, frases, situaciones, en fin, miles y miles de
cosas, irónicamente, todo aquello que paso no muestra la realidad vivida,
muestra una ficción ferviente llena de deseos que realmente no sucedieron, en
verdad dibujan líneas de falsa felicidad para… no se… quizás para sentir que el
presente es una guerra perdida contra el enemigo de lo que esperamos para el
momento presente.
Este tema fue recomendado por una amiga, así que, haciéndole
caso os voy a relatar una ficticia historia que narra al enemigo del presente,
la añoranza.
En un mundo lejano y cercano, visible e invisible, marcaba
su centro con una gran montaña, metros y metros se elevaban con gran
corpulencia sobre un valle con grandes contrastes. Entre la gran extensión de
tierra, se puede ver grandes, secos y solitarios desiertos, por otro lado,
lugares bombardeados con muros escritos con aquellos nombres con los que un día
existió una batalla, verdes y ricos riachuelos vallaban aquellos prados.
La palabra vida sobre este mundo era inexistente, no había
pájaros, insectos ni peces, solamente un corazón que latía en la frondosidad de
este misterioso lugar, un corazón que regalaba la existencia sobre un cuerpo
que miraba y miraba desde aquella monumental montaña. Sentado sobre una gran
roca, aspiraba el fresco aire mientras suspiraba con aires de felicidad, los días
pasaron y pasaron, ese ardiente corazón no se había movido de su sitio, sus
ojos continuaban cerrados, quizás por un plácido, mágico y encantado sueño, no
se bien la razón, puede que las artes nigromantes de Odín lo despertaran de su
profundo letargo, fuere como fuere, sus ojos se abrieron, ante él se encontró con aquel gigantesco valle.
Cada segundo que su mirada se posaba sobre los pies de la
montaña sentía algo en su pecho, puede que tristeza, pero, ¿por qué? ¿por qué
estar triste si la palabra felicidad era la que le arropaba?, los días tienen
la virtud de no esperar, en esta historia no fue menos, el tiempo se extravió
entre las sábanas de los días, la miseria continuaba apoderándose del
protagonista de esta breve historia, ese sentimiento era la añoranza de su
propia vida, sin latidos y vencido por el miedo, lloraba a la vez que sus ojos
recorrían aquellas verdes praderas, como si de un sin sentido se tratara, su
mirada no lo lograba ver aquellos desiertos, muros destruidos ni la sed de la
tierra que acompañaba aquel breve trozo de verde tierra. La añoranza jugaba
contra el su mayor carta, ver y crear de la nada aquello que un día fue miseria
y ahora es transformado en el Edén de los mortales.
Acorralado, desarmado y cautivo por los dientes de la
añoranza comenzó a perder una nueva batalla, recordó viejas sensaciones,
antiguos momentos, preguntas que espera tener resueltas en un futuro. Una noche
más, maldecía al destino y presente, ¿el motivo?, quizás se dio cuenta de que
se había estancado, que tras tantos intentos de convencerse a si mismo que era
feliz cuando en realidad era una efímera mentira para no llorar y recordar que
no lo era, la añoranza ganaba una nueva batalla, su futuro estaba a punto de
ser engullido por las garras de un pasado que mostraba sonrisas, esperanzas e
ilusiones que hoy no existen.
Cansado de estar perdido, levantó su mirada de aquel prado,
observó en los más altos cielos una historia de amor entre la constelación del
futuro a la vez que abrazaba a la del presente, puede que en ese momento
entendiera que la montaña sobre la que se encontraba era su presente, y el gran
valle el camino recorrido hasta llegar a su hoy, es decir, el pasado. Por ello,
se exigió la pregunta de por que seguir vivo, extraviado en la noche saltó
hacia un confín iluminado por cometas que gritaban un no hay nada escrito para
siempre, navegando entre mares de nubes enlazó su vida con la estrella del
vencido para alcanzar un nuevo mundo lejano y cercano, visible e invisible, es
decir, decidió luchar por no añorar lo que vivió sino lo que aún tenía que
vivir.
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